Fue en el año de 1996 en
la ciudad de Medellín, la primer visita a mi abuela paterna que recuerdo, en la
casa estaban también mis tíos, mis padres y algunos primos, fue una noche extensa,
entre barajar las cartas, cocinar y contar cuentos.
Las reuniones familiares
fueron la primer biblioteca que encontré, eran las voces cansadas que hacían ver viejo el mundo,
era mi extraño afecto por lo lejano, escuchar, pintarme arrugas y pensar que
era como los mayores, repetir sus palabras: “viejos encuentros con la juventud”.
recordar los hacía suspirar y a mí me
hacía sonreír escucharlos.
A los 12 años recuerdo
que mi tío Oto me dijo que Jaime, otro tío
mío, su hermano, era el mejor lector del mundo, que leía 8 horas al día y que
le había leído varios libros, porque el no podía, porque a los 6 meses de
nacido quedo ciego. Mi tío oto nunca ha escrito un libro, pero habla con la
elocuencia de uno muy melancólico; dice que no tiene idea de la noche, ni del
día, que solo sabe de un largo sueño entre las sombras y el humo del
cigarrillo.
Mis padres son de Cocorna,
un pequeño pueblo de Antioquia, allá se conocieron y se enamoraron. en sus
casas había muchas dificultades económicas porque además eran 10 hijos por familia, así que decidieron irse para la ciudad de Medellin, donde la violencia tenía otro nombre y la
pobreza era casi la misma.
Nací pues yo, sin sueños, ni desvelos, en el año de
1991, en el barrio de Castilla, y desde antes y hasta entonces, hay balaceras
semanales, vacunas que cobran por vigilar y plazas de vicios por las cuales
mantienen matando vecinos.
este país mío es de un chanchullo para todo, yo soy
colombiano y a veces me imagino el respeto como una virtud y no como una
búsqueda sin resultados.
En la segundaria conocí a
Diego león puerta, un licenciado en lingüística de la universidad de Antioquia,
mi profesor de español en el colegio. el me presento varios
clásicos y musas, también fue un gran amigo. confié mucho en lo que decía, recuerdo
una noche, estando yo triste, me escribió estas palabras: Carpe Diem amigo… ha sido difícil... en ocasiones siento que se me estancan las semanas en recordar una
mala noche.
He escrito poco sobre la
alegría, porque cuando se va no queda nada de ella, entonces me pongo a
recordar personas y siento desconsuelo. Es cuando cierro los ojos y toco la
guitarra; disminuidos, bemoles, arpegios. Susurro sensaciones y corro a buscar
un cuaderno y un lápiz para escribir lo que he perdido del día, tiernas quejas del espíritu.
La ternura es un monstruo,
como lo es el deseo y el romance, pero tuve lindos años de picaflor, volando de
boca en boca como si fueran mares las mujeres y yo un pez espada. Pero fueron
días grises los que vinieron después, extrañar silenciosamente es de un vacío
violento, pero si no fuera así no habría arte, si no hubieran dudas no habría
amor, si no hubiera miedo en los hombres, el abismo sería una broma y la locura
una simple palabra, si no hubiera un final, no tendríamos historias por contar.
En el 2011 me enamore de
una payasita, actualmente salimos a caminar y escuchar las gentes. Entonces:
escribimos, dibujamos, cantamos y nos reímos hasta el último minuto del día, y
cuando llegamos a casa nos llamamos y discutimos, pero al otro día ella me
llama y me invita a caminar y así se irán los días hasta que nos encuentre la
muerte.
Steven Anderson