lunes, 2 de mayo de 2016

El finadito


-Madre, guarda los escapularios, porque las balas mataron la fe...


Quiero verte, ahora que no te escucho entiendo tus palabras.
Quiero abrazarte, ahora que tengo fuerzas para no soltarte,
Ahora que nadan ballenas en mis venas y mi corazón es un océano de rebeldes incansables.
Ahora que no tengo miedo, porque hasta el miedo me lo arrancaron de las entrañas.
Ahora que no queda nada, ahora que no queda nada...

Un solo de tristeza, un sueño de polvo, Un abismo al desconsuelo, paraísos difíciles donde nunca llegaron nuestras voces, que con más estruendo entro el desespero y desnudo las migajas de esperanza que quedaron. 
Las horas tristes de días tristes de la tristeza. 
La inválida cordura.
El alma, los pies, las manos de la muerte, Yo la vi, yo vi la muerte, eran sus manos, le arrancaron la quijada a la alegría.


Murió Raúl, murió Ernesto, murió Manuel, murió María, murió el llanto, murió el escándalo, murieron las pasiones, el deseo, la ternura, el coraje, murieron los soñadores, las caricias. Hicieron de mis hermanas pedazos, las trataron como se trata a la mierda, mataron al testigo y lo enterraron en su propio patio. 

Y todas las muertes me duelen, pero tu muerte me viola el alma cada segundo, me hace llorar y yo no quiero ni recordarte, porque también estoy muriendo, porque no sé si son fuerzas o cansancio, porque cuando te recuerdo, quiero la muerte y la maldigo y la vuelvo a querer, pero también la odio porque no estas... 

Murió mi amor por la locura, saber que era una peste que a todos mataría
murió el desvelo de los vivos por los muertos, murieron los vivos, murieron muertos, murió Dios abandonado en un altar de cemento...

Sicario, sicario de mi corazón, mi ángel negro de armadura frágil, no me acostumbro a vivir en esta tumba, en esta tumba de vivos y muertos.

Steven Anderson (Medellín, 2011)